miércoles, 23 de enero de 2013

EL GIGANTE DORMIDO


Hércules no era muy grande, tampoco excesivamente fuerte.
Las leyendas nos lo presentan como un portentoso realizador de hazañas, pero ni todas eran suyas, ni como nos las cuentan, sí, quizás sea cierta alguna, que le robó las manzanas a su vecino, que unció un buey y una mula, que limpió los establos de otro vecino para lo cual desvió el curso de un río…, que aunque en la realidad son pequeñas cosas no carecen de importancia.

Engendrado durante el equinoccio de primavera fue a nacer en el solsticio de invierno, un 25 de diciembre. Cuando era un bebé le mordió un pecho a su mamá la gloriosa Hera, y el surtidor de leche se transformó en la Vía Láctea; jugaba en la cuna con serpientes, las cuales para agradarle le limpiaron con su bífida lengua los oídos, para que pudiera entender el lenguaje de los animales, lo que nos indica que era bueno para los idiomas en una época de un floreciente comercio fenicio y de invasores adoradores de Dionisos.

Hércules no construyó pirámides en Egipto, ni una muralla en China, ni se columpió en los famosos jardines colgantes de Babilonia, pero nos dejó:





una Torre de 62 metros que mira al mar desde el confín de la Tierra coruñesa;

una ciudad: Herculano, sepultada por 16 metros de ceniza, y dos hermosas columnas: Abyla y Calpe, que mientras sujetan el cielo y la tierra,


 el gigante Atlas se puede echar una siestecilla en la playa de Benzú.