sábado, 12 de enero de 2013

EL LEGADO DE PENÉLOPE

 
 
Sabia como solo el tiempo puede otorgar, la reina de Ítaca, la fiel Penélope, escribe cada noche una página de la historia de su esposo amado, es una historia triste, imaginada, de guerras entre hermanos, de viajes interminables, de monstruos y seres deformes, de amores con ninfas del desierto, de hijos olvidados; y cada vez que escribe el nombre de su rey, Ulises,  una fuente de lágrimas escurre la tinta sobre el pergamino borrando el fuego de sus recuerdos.
Esta última noche, sin embargo, se ha secado su corazón, muerde sus labios, escribe con sabor a sangre que ha llegado su esposo después de tantos años, disfrazado de loco pordiosero, y su perro Argos, que lo ha reconocido, ladra y expira; que ha tensado el arco y una tras otra las flechas han traspasado uno tras otro a los locos pretendientes.
A Penélope se le escapa una lágrima tan solo por los inútiles y vagos desperdicios de hombres que ya no conocerán más amor que el del poeta al declamar de plaza en plaza sus nombres:
Antínoo, Eurímaco, Anfínomo, Agelao, Eurínomo, Anfimedonte, Demoptólemo, Pisandro, Pólibo, Eurfades, Elates, Cresipo, Leócrito, Euridamante, Leodes, Melantio.
Y los nombres de las doce esclavas que mueren ahorcadas, cruel ejemplo, por haber deshonrado el palacio del hijo de Laertes, el agua, el fuego y el viento han sellado su memoria y ya nadie las recuerda.
La lágrima sola no basta para borrar lo que ha escrito; y lo que queda escrito, por fin, se ha cumplido.