Todos los años por el mes de marzo una bandada de pájaros anida en la pared del porche que da al sureste. Son buenos ingenieros, y cada temporada amplían su habitáculo, a base de saliva y barro, hojas y plumas, casi como los humanos. Cuando te acercas demasiado gritan: "witt, witt", y chasquean sus picos, hasta que te vas lejos de sus polluelos. Estos comienzan a levantar vuelo a los veinte días de nacer y enseguida se buscan otro nido, porque este se les queda pequeño. Los ves volar de dos en dos, moviendo sus muslitos, haciendo círculos cada vez más amplios, sus flacuchas patitas parecen de personas voladoras en traje de frac. Así están todo el verano comiendo mosquitos, excretando en pleno éxtasis de tirabuzones, y luego, una noche oyes un grande alboroto de pájaros como si la pájara abroncara a su pareja por haber llegado tarde, y él replica: "Y tú qué sabes". Y sabes que el verano termina y las golonniñas se irán a la china, a otros bosques, a otros paisajes, allá donde la gente viste piel amarilla y mira con sus ojillos como dos líneas revoloteando sobre el horizonte.