Hace poco terminé de releer El Retorno del profesor de baile, una novela sobre la venganza, el miedo y la ira.
Stefan Lindman padece un cáncer en su fase inicial: un bulto en la lengua. En lugar de tomarse unas vacaciones en Mallorca, el policía investiga el crimen en apariencia cruel y sin sentido, de Herbert Molin un ex compañero policía, ya jubilado, que esconde un oscuro pasado de pertenencia a las SS.
Durante la búsqueda del asesino se descubre que en Suecia persiste a pesar de los años un núcleo de la vieja sociedad en el que el nacismo es la razón de su existencia, aunque ha cambiado el objetivo del odio, cambiando al judío por el emigrante, se mantiene en el poder oculto una especie de sociedad secreta, con tentáculos en todas las esferas. Stefan descubre que su propio padre pertenecía a esa sociedad xenófoba.
A los pocos días de terminar de leer por segunda vez esta historia, llegó el fallecimiento de su creador, Henning Mankell, de un cáncer galopante. Todo lo que nos recuerda el fin prematuro de un escritor suele ser trágico. Ahora ha caído en mis manos su última novela Arenas movedizas, donde ya tiene asumida completamente su enfermedad.
En mi retina y en mi imaginación quedará grabado el personaje de Kurt Wallander de las otras novelas del autor sueco, y de algún capítulo que casualmente pasaron por televisión. Personalmente prefiero la novela, porque en un capítulo de la serie en media hora se resuelve lo que en la novela tarda días, convirtiéndose a veces en inseparable libro de cabecera.
Alguna de las preguntas que me asaltan es si el personaje sobrevive al autor, o si tal vez existe una tierra donde el autor y el personaje se reúnen de nuevo.
Allá donde esté Henning Mankell, y su alter ego Kurt Wallander con sus problemas existenciales, le doy las gracias por las horas que he pasado y por el retrato de una sociedad que en su apariencia de ideal esconde sus frutas podridas, como es lógico igual que cualquier otra.
A los pocos días de terminar de leer por segunda vez esta historia, llegó el fallecimiento de su creador, Henning Mankell, de un cáncer galopante. Todo lo que nos recuerda el fin prematuro de un escritor suele ser trágico. Ahora ha caído en mis manos su última novela Arenas movedizas, donde ya tiene asumida completamente su enfermedad.
En mi retina y en mi imaginación quedará grabado el personaje de Kurt Wallander de las otras novelas del autor sueco, y de algún capítulo que casualmente pasaron por televisión. Personalmente prefiero la novela, porque en un capítulo de la serie en media hora se resuelve lo que en la novela tarda días, convirtiéndose a veces en inseparable libro de cabecera.
Alguna de las preguntas que me asaltan es si el personaje sobrevive al autor, o si tal vez existe una tierra donde el autor y el personaje se reúnen de nuevo.
Allá donde esté Henning Mankell, y su alter ego Kurt Wallander con sus problemas existenciales, le doy las gracias por las horas que he pasado y por el retrato de una sociedad que en su apariencia de ideal esconde sus frutas podridas, como es lógico igual que cualquier otra.