No lo miras a los ojos, sueltas el crochet, por qué
lo llamarán ring, piensas, si es un salón cuadrado de baile, mientras, cae
sobre ti una lluvia de golpes, un uppercut directo a la mandíbula, salvaje,
chilla una voz de mujer teñida de platino, lo esquivas pero su cuerpo te cae
encima, te abrazas a su cuello, sujetas sus brazos, es una danza de sudor y
sangre, el protector se desplaza dentro de tu boca, el público grita
levantándose de sus asientos, soltando puñetazos simulados en las gradas
oscuras, con la fiebre de asesinos que han pagado su entrada, el brazo del
árbitro separándote, tiras una derecha, esta vez no la ha visto llegar, mueves
los pies, levantas la defensa, es como golpear una montaña, el sonido de la
campana te taladra los oídos, te abrazas a tu rival, el árbitro os empuja,
hacia el rincón, oyes que dice, suena su voz como un trueno, no como la del
segundo, que te susurra, acuérdate de que es en el cuarto, en el próximo, la
toalla remojada te empapa la cara, los ojos, los hombros, bebes agua, escupes
un cuajo de vísceras en un cubo,
no te acerques demasiado, y sobre todo, cuando
caigas que tu culo no se levante, ya no sabes quién es tu enemigo, el que
susurra tan cerca, pegajoso y húmedo, el público que muestra su cara feroz y
cruel, o el otro, que es como tú, un escorpión letal, dos señoritas pasean el
cartel con el número cuatro, cierras el puño dentro del guante, como un
martillo, nada parecido al martillo que golpea el metal, segundos fuera, aún
tiene tiempo de abrirte el pantalón, de darte aire, y de llevarse la banqueta
resoplando como un búfalo herido, te agarras a las cuerdas para impulsarte, te
golpeas el pecho, invitando al espectro de pantalón rojo fuego que te mira con
la mirada perdida y gris y te golpea, entre la oreja y el hombro, en el cuello,
no puedes decir que es un marrullero, porque eso también lo has hecho tú,
sueltas la derecha hacia su estómago, sientes cómo se encoge, un uno-dos,
arriba y abajo de nuevo, le cierras el ojo izquierdo, oyes los gritos pidiendo
más sangre, miras alrededor por la rendija del ojo izquierdo, también tú tienes
un ojo cerrado, y el golpe te viene, flojo, por el lado ciego, sobre la sien,
te cubres la cabeza, y entonces te cae una lluvia de golpes en el vientre y
arriba, echas los brazos al vacío, y el golpe final, el gancho de izquierda, ya
no lo sientes, ni en las costillas ni en los huesos, tus rodillas se doblan, no
ves al árbitro sujetando al toro negro, besas la lona con la mirada extraviada,
y no oyes el
UNO…, hay una playa, donde jugabas de niño, buscas
cualquier cosa para ser el jefe de la pandilla, un corcho, un pez muerto, o una
espada de madera
DOS…, los besos en la lona no son tan cálidos como
los de la mujer que besaste por primera vez, aunque también cerró sus ojos
TRES…, tu padre te va a llevar al circo, este año
trae un montón de atracciones, leones, forzudos y payasos
CUATRO…, se abre una puerta, o una ventana, un
rayo de luz te ilumina desgarrando las telarañas de tu ojo sano y con el guante
te sujetas a la cuerda y al mundo
CINCO…, el tiempo se ha detenido y tu corazón
golpea bum, bum, bum en las ramas de tu cerebro
SEIS…, te pones de rodillas, notas cientos de
miradas extasiadas como agujas clavándose en tu espalda, y ves la cara de tu
manager a punto de arrojar la toalla
SIETE…, un hálito infernal te sube por las
entrañas, con regusto a hot dogs y patatas fritas, y sin embargo, con el alma
surcada de cicatrices aún te crees capaz de sonreír
OCHO…, en la playa desierta una gaviota escarba y
picotea, parecen los restos de un animal, el ave se espanta cuando me acerco, y
el animal parece un trozo de cartón con restos de algas enmarañadas, y sus cuencas
vacías te miran, te reconocen y te sonríen
y…, te levantas