Hace una
eternidad, en un concurso milenario en una isla cercana a Herakleion, se
presentaron, para conseguir el triunfo de mejor poeta, los más expertos aedos,
de todo el orbe conocido.
Allí estaban,
afilando conceptos, Homero junto a Hesíodo, o más bien discutiendo por las
obras esculpidas de un tal Hefesto.
El primero
declamaba versos dactílicos de una vieja historia de conquistas, de una
fortaleza en medio de una tierra baldía.
El segundo usaba
un metro yámbico describiendo un viejo escudo adornado con las hazañas de la
gloriosa Hera, en las que el pobre Zeus no salía bien parado.
Safo no pudo
llegar a tiempo por haber perdido su barco en el último momento mientras
contemplaba a un fauno pintando en acuarela una puesta de sol, y envió como
disculpa un telegrámmaton por servicio urgente.
El gran maestro
Li Po acaparó los mayores elogios, su fórmula: "Vendo dos haikus al precio de uno" fue el modelo comercial a seguir desde el siglo menos ocho
hasta la época actual por las nuevas generaciones de poetas.
Aunque hoy ya nadie
recuerda el poema ganador, quizá era aquél famoso que decía:
“Desvanecido
El brillo de las
hojas
Sueña el otoño”.
Este poema
siempre iba acompañado de aquél otro en el que nos habla de la fugacidad del
tiempo:
“Vuelan las olas
Con las alas del
viento
Tan vaporosas”.