Hércules no era muy grande, tampoco
excesivamente fuerte.
Las leyendas nos lo presentan como un portentoso realizador de hazañas, pero ni todas eran suyas, ni como nos las cuentan, sí, quizás sea cierta alguna, que le robó las manzanas a su vecino, que unció un buey y una mula, que limpió los establos de otro vecino para lo cual desvió el curso de un río…, que aunque en la realidad son pequeñas cosas no carecen de importancia.
Las leyendas nos lo presentan como un portentoso realizador de hazañas, pero ni todas eran suyas, ni como nos las cuentan, sí, quizás sea cierta alguna, que le robó las manzanas a su vecino, que unció un buey y una mula, que limpió los establos de otro vecino para lo cual desvió el curso de un río…, que aunque en la realidad son pequeñas cosas no carecen de importancia.
Engendrado durante el equinoccio de primavera
fue a nacer en el solsticio de invierno, un 25 de diciembre. Cuando era un bebé
le mordió un pecho a su mamá la gloriosa Hera, y el surtidor de leche se
transformó en la Vía Láctea; jugaba en la cuna con serpientes, las cuales para
agradarle le limpiaron con su bífida lengua los oídos, para que pudiera
entender el lenguaje de los animales, lo que nos indica que era bueno para los
idiomas en una época de un floreciente comercio fenicio y de invasores
adoradores de Dionisos.
Hércules no construyó pirámides en Egipto, ni una
muralla en China, ni se columpió en los famosos jardines colgantes de
Babilonia, pero nos dejó:
una
Torre de 62 metros que mira al mar desde el confín de la Tierra coruñesa;
una
ciudad: Herculano, sepultada por 16 metros de ceniza, y dos hermosas columnas:
Abyla y Calpe, que mientras sujetan el cielo y la tierra,
el gigante Atlas se puede
echar una siestecilla en la playa de Benzú.